Por Amairany G. Básaca.
Te has preguntado ¡cómo se siente el color verde? ¿cómo se vive un río?
Yo tengo un sueño. Es un sueño muy bonito. No sé si colorido, pero sí es recurrente. En mi sueño, todos los productos, los servicios, los entornos, las tecnologías de la información –en fin, todo todo– puede ser utilizado por todas las personas. Diseño universal, le denominan los que saben.
Pero mientras el idilio llega y el sueño se cumple, he decidido disfrutar, experimentar y poner a prueba esas escasas alternativas que cuentan con medidas de accesibilidad. Ya saben, esas medidas que se toman para que las personas con discapacidad participen en igualdad de condiciones.
Si a ese disfrute de productos o servicios le agregamos la característica –que debería ser indispensable, pero que no en todas partes lo es– de que lo ofertado pueda ser directamente evaluado y retroalimentado por la persona usuaria que vive con discapacidad, mi nivel de emoción se incrementa. tal y como me sucedió con el recorrido “sensaciones verdes” del Instituto Mexicano de Turismo y Accesibilidad (IMETAC), el cual consiste en un divertido paseo en el bosque de los Dínamos, y que por cierto ya se ofrece al público; no obstante, tengo que presumir que fui de las primeras personas en vivirlo, probarlo y criticarlo antes de su salida a la luz. ¿Quieren la primicia?
Cuando recibí la invitación me sentí muy preocupada. “¿Cómo que un recorrido en la naturaleza?” “¿A qué se refieren con trepar?” “¿pero eso del senderismo no es muy cansado?” ¿Y si es peligroso? Al final de cuentas, movida por mi infinita curiosidad y necesidad de chisme y nuevas experiencias acepté, rogando a la fuerza suprema no acabar con alguna fractura.
La diversión empezó desde el inicio. Casi inmediatamente al llegar, cuando nos estaban dando algunas instrucciones y descripciones del lugar, pusimos demasiada atención a la narración sobre una casita del árbol. Y ¡adivinen qué…! No sé en qué momento acabé allá trepada, complaciendo y abrazando mucho a una Amairany de 5 años.
Posterior a mi regresión a la infancia, seguimos explorando las instalaciones y las cabañas que tiene el parque para quienes decidan hospedarse, y aquí llegó una de mis partes favoritas. Una persona trabajadora de los dínamos, nos preguntó si queríamos tocar un pato. No tengo una expresión más fina o rebuscada, así que solo diré: casi me derrito. Sé que quizás para cualquier persona convencional esto puede ser un absurdo, un detalle insignificante. Pero cuando creces en un lugar donde quienes más te quieren también piensan que sabes todo, el pequeño detalle de saber por cuenta propia cómo es un pato pasa desapercibido, y cuando te enteras como a los 29 años con tus propias manos, entonces mueres de ternura.
A continuación, llegó la parte más extensa, la más sustanciosa. La que me hizo descubrir que, con las medidas adecuadas, también puedo ser intrépida.
Hicimos una caminata siguiendo el Río Magdalena, así como algunos senderos. Nos prestaron bastones de trekking y yo me sentía muy graciosa guiándome con un bastón y sosteniéndome con otro. No sé como expresar la emoción y adrenalina que sentí cuando trepé por rocas y libré bien la batalla con terrenos pedregosos y pendientes retadoras. Para que se den una idea, si mi mamá hubiese estado ahí, claramente le habría dado un infarto. Y es que, como dicen en los memes, parece chiste, pero es anécdota.
Muchas personas con discapacidad hemos crecido con altos niveles de sobreprotección, y aunque eso da mucho más para otro post, cierto es que el poder ir caminando con una guía turística que –además de hacer descripciones preciosas con tintes históricos y detenerse de vez en cuando para mostrarme algún árbol o algún tipo de hoja– también daba instrucciones precisas, y que en todo momento brindó un acompañamiento integral ahí cerquita, pero sin imponerme su brazo para guiarme como habitualmente lo hubiese hecho al salir con amistades o familiares, la experiencia adquirió un inesperado giro de libertad.
En fin, que todos sabemos que las aventuras dan hambre, así que nos dirigimos a degustar unos platillos deliciosos preparados con ingredientes orgánicos y cosechados en el propio bosque. Para posteriormente concluir con el reconocimiento de las hortalizas que suelen sembrar, en donde nos invitaron a tocar, oler y hasta probar algunos frutos.
En suma, en este recorrido fui niña, fui intrépida, fui curiosa y atrevida. Ojalá que mi narración sirva para darle aunque sea una probadita de todo lo que se puede hacer, vivir y sentir a esas personas que ignorante o imprudentemente me preguntan “¿si no ves, tú que disfrutas cuando viajas?” espero que con todo lo aquí descrito quede un poco más clarito que viajar no es solo ver.
Por último, cabe decir que este recorrido cuenta con adaptaciones específicas para personas con discapacidad visual, pero esperemos que pronto incrementen su catálogo y recursos para incluir a todas las personas en mi sueño del diseño universal.
Amairany Básaca
Es abogada, egresada de la Maestría en Derecho Constitucional y Derechos Humanos de la Universidad Panamericana. Colaboró en la Secretaría de las mujeres de la ciudad de México así como en organizaciones de la sociedad civil. Ahí impartido talleres en materia de derechos humanos, violencia contra las mujeres, derechos de las infancias, autonomía política, así como capacitaciones sobre cultura de la inclusión a servidores públicos. En 2021, impartió la conferencia “género y discapacidad“ para miembros del personal de la embajada del Reino Unido en México.
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