Por Alfonso Díaz Villaseñor.
Una de las prácticas más comunes que se utilizan para sensibilizar sobre la discapacidad, son simulaciones donde las personas “se ponen en los zapatos” de quienes viven con limitaciones. Se pide vendarse los ojos, leer párrafos desordenados, ponerse audífonos o transitar en sillas de ruedas, para simular ceguera, dislexia, baja audición o movilidad reducida, respectivamente.
Siendo completamente honesto, yo empecé a abordar la discapacidad de esta forma. Bajo el argumento de generar empatía, les pedía a mis estudiantes que se pusieran mochilas y cinta adhesiva en las articulaciones e intentaran llevar a cabo actividades cotidianas como sacar credenciales de sus carteras, contar monedas, atarse los zapatos o servirse un vaso de agua. Las respuestas siempre eran las mismas al preguntarles qué pensaron al respecto: que debemos ser más considerados, que es muy frustrante, que se sintieron avergonzados y que ahora entienden lo que se siente estar discapacitado.
Sin embargo, como aprendí más adelante, puede ser problemático realizar este tipo de dinámicas. A continuación, veremos lo bueno, lo malo y lo feo de desarrollar simulaciones de discapacidad.
Lo bueno: entender la falta de accesibilidad.
Cuando empecé a investigar sobre el tema, descubrí lo común que es realizar este tipo de dinámicas. En el mundo del diseño, metodologías como el design thinking justifican el desarrollo de ejercicios para generar empatía cognitiva. Esta se refiere a la capacidad de tomar la perspectiva de otra persona para entender sus reacciones y forma de pensar desde su situación y no de la propia. Al imaginarnos en el lugar del otro, podemos conocer mejor sus necesidades y así diseñar experiencias de uso alineadas.
Existen instituciones, como la Universidad de Cambridge, que incluso comercializan artefactos para simular estas dificultades. Por ejemplo, guantes con tiras de plástico que limitan el rango de movimiento de los dedos, software y lentes que simulan los efectos representativos de diversas condiciones oculares.
La generación de empatía definitivamente es importante para tener un mejor trato con las personas. Pero en el caso de la discapacidad, estas simulaciones pueden tener un mejor impacto si se enfocan en revisar cuestiones de accesibilidad. Por mencionar un caso, transitar en una silla de ruedas puede ayudar a concientizar sobre la falta de rampas y elevadores en un edificio. Usar los lentes que representan condiciones oculares pueden visibilizar los defectos de un empaque poco legible o con bajo contraste de color.
Sin embargo, como se hablara en las siguientes secciones, sus consecuencias negativas pueden contrarrestar estas ventajas.
Lo malo: refuerzo de estereotipos.
Tal y como lo comprobé en mis clases, tras las simulaciones de discapacidad los participantes pueden quedarse con el impacto de la frustración y vergüenza, sin dar pie a entender cómo alguien que lo vive día a día se adapta de manera creativa y utiliza otros medios para interactuar con su entorno. Muchos estudios han demostrado que esto tiene, como consecuencia, el refuerzo de estereotipos negativos sobre la discapacidad.
Los estereotipos son imágenes mentales que se construyen al generalizar características representativas o asignadas a un grupo social. En el caso de las personas con discapacidad, existen muchos estereotipos negativos como que no pueden ser independientes, y que requieren de curas y donativos para “salir adelante”. Por eso muchas veces escuchamos frases como “padece de ceguera”, pues la discapacidad se entiende como una enfermedad o tragedia personal.
Otros estudios también mencionan que, al realizar estas sensibilizaciones, los participantes no están tomando la perspectiva de una persona con discapacidad, sino que se imaginan a sí mismos teniéndola. Esto puede significar que ni siquiera existe una generación de empatía, pues solo piensas en lo horrible que sería vivirlo y lo afortunado que eres.
Lo feo: aún más exclusión.
Otra de las consecuencias que tienen los estereotipos negativos son los prejuicios: evaluaciones y respuestas emocionales que condicionan la interacción con una persona sin siquiera conocerla. Con las personas con discapacidad, esto puede traducirse en evitar acercarse por miedo a ser insensible o a que “terminen dependiendo de ti”.
Esto termina siendo peor cuando las simulaciones de discapacidad provocan que quienes las lleven a cabo se sientan con suficiente autoridad para saber lo que se necesita. Esto es más común de lo que creemos: se diseñan productos, espacios, políticas públicas, entre otras cosas, bajo la idea de que por haber simulado una discapacidad ya se tiene toda la información requerida para tomar decisiones. Entonces, las personas con discapacidad son aún más excluidas de la sociedad, pues ni siquiera se les pregunta qué es lo que realmente necesitan.
En conclusión, si te quieren vender la idea de hacer sensibilizaciones a través de simulaciones de discapacidad, piénsalo dos veces. La verdadera forma en que podrás crear productos y servicios accesibles es trabajando con personas con discapacidad. No solo promoverás su inclusión laboral, ayudarás a eliminar los prejuicios y estereotipos negativos que tenemos como sociedad.
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Alfonso Díaz Villaseñor
Consultor en accesibilidad, innovación y diseño con más de 10 años de experiencia ayudando a empresas a mejorar su comunicación visual, servicios y productos. Es ilustrador amateur, coach certificado en Lego® Serious Play® y colabora como docente en la Universidad Anáhuac, Centro de Diseño, Cine y Televisión y la Salle.
Colabora en el IMETAC como Director de Diseño.
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